Son amigos y compañeros de equipo pero cuando hay una red en medio estos lazos se quedan a un lado.Parece que en la última década el tenis español se podría resumir con un nombre propio: Rafael Nadal. Incorrecto. Es cierto que la estrella del mallorquín, alimentada por los títulos, los récords y sus marcas históricas, parece infinita y hace que su sombra sea demasiado alargada. Precisamente es ahí donde encontramos a David Ferrer, el sinónimo de la clase obrera que tiene la mala suerte de coincidir en el tiempo con un tenista excepcional. Algo parecido le pasa al Real Madrid con el Barça decía Cruyff estos días.
Nadal ha gozado de la atención de los focos, bien ganada, mientras Ferrer estaba a lo suyo: trabajando, peleando, esforzándose y ganando sin gozar de ese interés. Lo cierto es que siempre ha estado ahí y nunca ha salido del escenario tenístico español y tampoco del internacional: por algo está entre los cinco mejores del mundo. Y es que el tenista de Jávea puede gritar a los cuatro vientos que él ha sido capaz de vencer a tres números uno.
En algunos momentos ha podido interpretar un papel secundario pero ahora mismo es el protagonista indiscutible. Con un Rafa bajo de forma y con la pasión por el juego de perdida,Ferrer se reivindica en Londres, una vez más, como el tenista español de moda. Con su juego atrevido, osado y la premisa de 'querer es poder' se ha plantado en semifinales. Es el único representante nacional y está dispuesto a recoger el testigo de Álex Corretja, el último español en ganar la Copa de Maestros en 1998.
Con la humildad por bandera, Ferrer se está ganando, set a set, un reconocimiento difuminado por la omnipresencia de Rafa Nadal. A sus 29 años, el alicantino se puso la capa de héroe anónimo y no le ha ido nada mal. Fue capaz de doblegar a Djokovic, el mejor tenista del momento, y con la clasificación en el bolsillo se permitió el lujo de tropezar ante Berdych aún sabiendo que esa derrota le llevaría a enfrentarse a Roger Federer. El español no pudo con el suizo en las semifinales y cayó derrotado por 7-5 y 6-3. Pese a ello sigue pidiendo permiso para ser grande. Y lo es. A pesar de sus compatriotas. El pequeño David (mide 1'75 lo que le convierte en uno de los tenistas más bajitos del torneo) se hizo grande. Pero quiere más: defender el escudo español ante Argentina en la final de la Copa Davis.